Hoy es un buen día para lanzar las promesas de año nuevo al aire. Para qué esperar al 31 de diciembre, tomárnoslo a broma mañana resulta mucho más adecuado. Reiremos a mandíbuta batida, a carcajada limpia, nos desternillaremos de nosotros mismos y del gimnasio, del último pitillo, de ese curso de qué se yo, de aquel título de no sé cuantos. ¿Y por qué? Porque empezar cuesta, cuesta mucho.
Por ejemplo, a mí me cuesta una barbaridad empezar el día. Esos cinco inexorables minutos en los que uno se agarra a la almohada como se agarraría a un billete de lotería premiado antes de ir a cobrarlo. Cinco minutos que se convierten en cincuenta siempre que la obligación (a veces vestida de madre atrincherada con aspiradora en mano) me lo permite. Una delicia.
Y una vez puesta en pie, a lo que íbamos, hago públicos mis buenos propósitos para el 2009. Tres cositas bien sencillas: cocinar, escribir y fotografiar todos los días.
Disculpas por adelantado a todos aquellos cuyos sentidos se vean obligados a someterse a cualquiera de ellas o a todas incluso. Y a la sección de congelados de Eroski, por supuesto.
Aprovecho la entrada para recomendar una canción de Los Planetas: Un Buen Día (auténtica oda al remoloneo)