Acabo de leer en un rinconcito del universo bloguero (La cagué, muy buen nombre, sí señor) que reírse de uno mismo es lo mejor que le puede pasar a un cruasán, con que ya no te digo a una persona. Claro que ese ejercicio de introspección a uno nos da para más que a otros. A mí me da para largo, muy largo.
Nací torpe, maltrecha y despistada, pero apañaica que dicen en mi pueblo. Sobra material. En fin, que hecho la vista atrás y me faltan dedos para contar los vasos de agua (o jarras, o lubinas incluso) que se me han caído al suelo, las veces que he saludado a alguien que no conocía, las confusiones de horarios y líneas de autobuses, las caídas, las manchas en la ropa, los tropiezos y las meteduras de pata... y las cosas que no recuerdo o que no quiero recordar por aquello de que ser despistada a veces juega a tu favor.
Y todo eso en el momento menos oportuno, porque ese don, el de la inoportunidad, sí que lo tengo. No puedo negar que semejante combinación de factores me ha supuesto mejillas sonrojadas, titubeos varios y sudores fríos. Pero no se preocupen que ya he salido del atolladero. Un día me di cuenta de que lo que consideraba actos más o menos avergonzantes no eran sino una "forma de expresión" incontrolada de mi ser que venía de muy adentro. Y oye, si el wc de mutt fue la obra de arte más influyente del siglo XX, lo mínimo que se merece lo mío es el reconocimiento de un guiño frente al espejo, una amplia carcajada y pensar del qué dirán; bueno, ¿y a ti qué?